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jueves, marzo 20, 2025
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Caos: la paciencia del pueblo se agota

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«El horno no está para bollos», es una expresión muy popular que indica haber llegado al límite de soportar una situación desagradable. Esto refleja lo que ocurre actualmente en el país, donde este gobierno autodenominado «del más capaz» no alcanza siquiera los dos años de mandato y ya muestra serias fisuras en su gobernabilidad y en el contacto real con el pueblo. En otras palabras, este gobierno, dirigido por unos cuantos políticos sin la capacidad necesaria para liderar el país ni para articular grandes proyectos, está llevando lentamente a la nación a una crisis de proporciones alarmantes.

Para paliar la frustración y el desencanto del pueblo, surgen recurrentemente situaciones jocosas o escandalosas, como el caso del asado en el cementerio o los romances de congresistas, que funcionan como cortinas de humo para desviar la atención de los problemas graves que aquejan al país.

En épocas pasadas, también hubo caos, pero en ese contexto, especialmente en defensa de los trabajadores, las centrales obreras en épocas pasadas salían a las calles a protestar y defender los derechos laborales. Ahora, en este caos actual, las centrales obreras vuelven a hacerse sentir. Han salido de su letargo, de su madriguera, pues ya “los bollos se están quemando”. Este gobierno está aprobando leyes impopulares que son una afrenta a la dignidad y estabilidad de los trabajadores.

Es plausible que las centrales obreras comiencen a calentar motores y defiendan los derechos de los trabajadores, porque parece ser la única manera de hacerse escuchar ante los responsables del gobierno actual. Se podría inferir que el sindicalismo podría tener un protagonismo significativo en este contexto; quizás actúe como catalizador para que el gobierno detenga la producción de leyes impopulares que frenan el desarrollo del país y no atienden a los sectores más vulnerables.

El gobierno debe entender que no se puede gobernar por control remoto ni con intereses externos fantasmales. Esto se deduce del carácter improvisado con el que se gestiona el país: las constantes «reculadas» del presidente, las equivocaciones de sus ministros y una serie de eventos ampliamente conocidos son evidencia de que el presidente está muy alejado del papel de estadista.

En medio de este caos, el presidente parece optar por alejarse del país en lugar de enfrentar a la masa desencantada y frustrada que, paradójicamente, lo eligió para sacar al país del estancamiento. Creyeron que con su carita linda y su título de máster en una universidad de élite podría fortalecer al país. Pero no. La realidad es otra. Ni trolls, ni bots, ni hurreros pueden contrarrestar la frustración actual de un pueblo ignorado por décadas. Este gobierno, sin timón ni rumbo claro, está llevando a la nación hacia un futuro de incertidumbre.

A nivel filosófico, el caos podría ser positivo, si se toman en cuenta algunos principios de la teoría del caos. Desde una perspectiva macro, analizar los problemas desde afuera puede ayudar a identificar sus focos y, como sugería Descartes, comenzar a solucionarlos desde los puntos más simples y alcanzables.

Sin embargo, lamentablemente, ni en el gobierno ni en el Congreso hay filósofos, y mucho menos un debate racional que permita sancionar leyes en beneficio del pueblo. Lo que prevalece es el interés de apoyar a grupos corporativos antipatriotas. En mi opinión, esto raya en la traición a la patria, pues no se está garantizando al pueblo una mejor calidad de vida ni un desarrollo sostenible en áreas clave.

Se espera que este caos no se convierta en una bola de nieve incontrolable. Rogamos que no llegue a marzo en estas condiciones, pues este caos es caldo de cultivo para encender la mecha de una bomba social que explotará en cualquier momento.

La gente está harta y cansada de tanto «quilombo», como bien se dice.

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