A menudo, recurrimos a categorías, conceptos y nomenclaturas para tipificar, clasificar y calificar situaciones y condiciones, ahorrándonos el esfuerzo de verificar su utilidad. Especialmente, su aplicabilidad a la realidad que buscamos comprender.
Varios términos se volvieron muletillas de la retórica política.
Algunos tics verbales
“Relación centro – periferia”, define las relaciones de desigualdad entre las naciones más desarrolladas y las menos. Me pregunto: países como Brasil, ¿son centros o periferias? Nuestro vecino acredita una de las mayores economías del mundo, es miembro relevante del BRICS pero también compite con nosotros como uno de los de mayor desigualdad en el planeta.
“En vías de desarrollo” ¿serían aquellas naciones en proceso de volverse “centros” con respecto a otras y, estas últimas, lo lograrían en un hipotético futuro? Entonces, ¿todos seríamos “centrales”?
La “sostenibilidad” significa perdurabilidad, permanencia. ¿Califica como sostenible la ANR en el ejercicio del poder? ¿Por eso es el modelo que seguir?
La “resiliencia” es la capacidad de adaptación a los cambios, de recuperar el estado de equilibrio. La vuelta del autoritarismo, tras el desafío de construir un sistema democrático, ¿estaría demostrando cuan resilientes somos las y los paraguayos?
Otra caracterización muy utilizada es la de “formalidad” versus “informalidad”, dicotomía que tiene su origen en la actividad económica, que, como la describe la Organización Internacional del Trabajo, abarca “(…) el trabajo informal tanto en empresas informales (empresas pequeñas no registradas) como fuera de ellas”, siendo el trabajo informal el que no está registrado, regulado o protegido por marcos legales o normativos.
La dualidad urbana
La Sociología y el Urbanismo se apropiaron de la dicotomía “formal – informal” con referencia a una ciudad dual, dividida en zonas reguladas por normas que rigen la convivencia y aseguran la calidad de vida urbana y otras, donde los usos del suelo, la parcelación, urbanización y construcción responden a criterios ajenos a las reglas vigentes, cuyas comunidades soportan deficiencias estructurales, carecen de seguridad física y jurídica, servicios básicos y empleo digno, sobreviven hacinadas, expuestas a los fenómenos climáticos.
La caracterización “formal – informal” describe realidades urbanas que, aunque no del todo aisladas, tienen pocos puentes de comunicación; entre ellos, la prestación de servicios domésticos, las ventas ambulantes y callejeras, que llevan a los prestadores de unas zonas “marginales” (otro tic verbal) a las residenciales de media y alta gama y a las de alta concurrencia (áreas centrales, terminales de ómnibus, paradas de metro y colectivos, etc.).
Los proyectos de rehabilitación urbana mejoran las condiciones físicas de barrios degradados, los dotan de servicios básicos, red vial adecuada, equipamientos colectivos, espacios públicos y activan la economía local. Una consigna de dicha estrategia es “integrar la zona a la ciudad formal”, con el propósito loable de despojarle de la connotación de gueto.
Como resultado, estas suelen volverse atractivas para nuevos usuarios, quienes conviven con los residentes o los sustituyen, originando el proceso de “gentrificación”, que desplaza a los antiguos pobladores, ante el aumento del valor del suelo y la transformación del paisaje social. Lo vivieron San Telmo, en Buenos Aires, Shoreditch, en Londres, El Raval, en Barcelona, SoHo, en Nueva York y muchos más.
Arquetipo de la desregulación
Si nos apartamos del aletargado uso de etiquetas, podríamos encontrar nuevas pistas para analizar las dinámicas capitalinas, innovar las gastadas estrategias “de escritorio” y promover políticas urbanas creativas.
Tomemos como referencia el barrio de la Chacarita (rebautizado Chacarita alta), cuyas características lo posicionan como el más representativo de la ciudad y, ¿por qué no?, del país.
Entre estas: a. su emplazamiento, en una zona de alto valor paisajístico; b. su trama orgánica; c. el proceso de ocupación, que se remonta a la Colonia; d. su tozuda condición barrial; e. sus rasgos identitarios físicos y culturales; f. su composición demográfica. Todas ellas, le imprimen vitalidad y un intenso dinamismo barrial.
¿Es informal la Chacarita? ¿Respecto a qué lo sería? ¿Al Centro Histórico, abandonado por los residentes, con un patrimonio amenazado, cuando no convertido en estacionamientos, plagado de estaciones de servicios, con veredas intransitables, destrozadas u ocupadas por la venta callejera, sometido al creciente asedio de los “cuidacoches” y de los “chespis”?
¿Sería informal con respecto a Las Mercedes, barrio tradicional de sectores medios, transformado, sin el sustento de un plan, en un polo gastronómico expulsor de los vecinos, con las puertas abiertas a la especulación inmobiliaria? ¿Lo sería con respecto a otros barrios capitalinos asediados por estaciones de servicio y la construcción de edificios en altura, estimulados por la municipalidad?
¿Tiene problemas de seguridad la Chacarita? Nadie lo niega. Lo tiene toda la ciudad, en mayor o menor grado; corremos riesgo de vida hasta cuando cruzamos por la franja peatonal.
Asunción no es una ciudad dual
La Capital tiene un único rostro: el de la desregulación y el incumplimiento de la norma.
Es el rostro de una ciudad que modifica el Plan Regulador para satisfacer intereses particulares, que expulsa residentes, que se enorgullece de privatizar una cuadra, que alienta la construcción de torres en zonas desprovistas de alcantarillado sanitario y desagüe pluvial, que permanece indiferente ante los niños transportados en moto por adultos sin casco, que encara las tormentas recomendando la inmovilidad ante el riesgo de los raudales, que vende tierras de la Costanera para pagar las deudas de un gobierno que privatiza la ciudad y engrana la “marcha atrás” ante todo atisbo de urbanidad.
Sobran motivos para cuestionar la consigna: “integrar un barrio popular a la ciudad formal”, ante la evidencia de que esa ciudad no existe.
Hago una advocación: Dios libre a la Chacarita de integrarse a un Centro histórico agonizante, maltratado por iniciativas fragmentadas y fracasadas, maquillado semanalmente en su lecho de enfermo para recibir estériles intentos de reanimación, sin la asistencia de una UTI.
Al contrario, el Centro histórico tendría que integrarse al barrio, para recibir la transfusión de sangre joven y el aliento vital de una comunidad que lo sostiene y lo siente como su lugar en el mundo.
“Romper moldes”, debería ser la consigna disruptiva, que ponga fin al cinismo político y al conformismo tecnocrático.
Mabel Causarano
27.10.2024