París es una ciudad más que fantástica, una ciudad a la que visito cada año durante mis vacaciones de otoño o de verano. En cada viaje voy con un objetivo especial: observar diferentes aristas de esa ciudad, ya que es un lugar que atrae a millones de visitantes cada año. Está de más decir que su historia, su papel en la constelación mundial y su ubicación en un enclave europeo privilegiado la hacen más que atractiva. Es, sin duda, una ciudad que se debe visitar al menos una vez en la vida.
Pero París no es la única. También existen varias ciudades en Europa que atraen a miles de turistas anualmente. Personalmente, paso parte de mi vida entre Asunción y una ciudad balnearia del norte de Europa, a orillas del mar Báltico, la cual recibe muchos visitantes durante todo el año, ya que esta zona se caracteriza por tener varias playas que bordean dicho mar.
Con este preámbulo sobre la energía que atrae a ciertas ciudades —ya sea por su historia, su gente, su arquitectura, sus playas, entre otros aspectos—, no se puede negar que, para que una ciudad funcione, debe prepararse con una infraestructura adecuada, especialmente en las vías de comunicación: carreteras bien pavimentadas, sistemas de transporte que no se limiten a vehículos particulares, sino que incluyan autobuses, tranvías, trenes de cercanías, ferris y otros medios que permitan al turista sentirse cómodo y con ganas de volver, sin depender de un vehículo propio o de tener que alquilar uno, lo cual a la larga no siempre resulta económico.
Justamente en este punto, celebro que Asunción haya sido adjudicada como sede de los Juegos Panamericanos del año 2031. Quizás haya influido el buen trabajo realizado en los últimos Juegos Panamericanos Juveniles, al menos en lo que respecta a la infraestructura para las distintas disciplinas. No se registraron críticas negativas de los participantes; al contrario, llegaron muchos halagos de diversos países hacia los organizadores. Desde todo punto de vista, esa es la clave que se debe mantener.
Sin embargo, aún no se puede hablar de un avance totalmente positivo, pues todavía falta mucho por hacer en cuanto a infraestructura, tanto en Asunción como en las ciudades aledañas y en el resto del país. El sistema de transporte público, por ejemplo, aún necesita una profunda modernización. Todavía se habla del proyecto del tren de cercanías, pero no existe una conexión directa desde el aeropuerto hasta el centro de Asunción, algo común en las ciudades modernas, que hace años entendieron la importancia de conectar sus aeropuertos con el centro urbano mediante trenes livianos, tranvías, “shuttle buses”, metro buses o cualquier otro sistema factible según la realidad del país.
Si Asunción desea convertirse en un hub de eventos deportivos y proyectarse como una ciudad turística —emulando a las ciudades que describí en los párrafos iniciales—, debe prepararse y reorganizar completamente su estructura para poder albergar una buena cantidad de visitantes extranjeros. Pero no solo ellos se beneficiarán de una ciudad bien planificada, con todos los servicios funcionando adecuadamente, sino también los propios paraguayos, quienes actualmente sufren las deficiencias del sistema de transporte y la saturación del tráfico por la gran cantidad de vehículos particulares.
Celebro este avance de Paraguay en su proyección internacional y su lento pero firme camino hacia convertirse en un centro neurálgico de distintos eventos, no solo deportivos sino también culturales y de otro tipo.
Sin embargo, insisto: Paraguay debe modernizarse y dejar de lado las rivalidades políticas e ideológicas que, a la larga, no benefician a nadie.
Se espera que las autoridades puedan emprender una campaña seria de modernización de la ciudad de Asunción y dotarla de la infraestructura adecuada para que se convierta en la joya más bella de Sudamérica.