La leyenda urbana a nivel local cuenta que un individuo estaba jugando con un arma de fuego, pero de repente el arma se disparó y la bala impactó en la cabeza de su hermano pequeño, causando su muerte inmediata. Para minimizar el impacto social que eso generaría, al personaje del ejemplo lo enviaron al interior para “enfriar las aguas” en la alta sociedad local.
A nivel internacional, algo similar y muy visible ocurrió con el rey de España Juan Carlos Bordón, quien tuvo la mala suerte de manipular un arma y, con la consecuencia ya mencionada, mató a su hermano de 14 años. En fin, historias de este tipo hay muchas, y si uno lee las crónicas policiales, se podría escribir un librito que haría resucitar a la propia Agatha Christie.
Esta introducción casi novelesca tiene que ver con la aprobación del Senado para el uso de armas de fuego por menores de edad, pero para fines recreativos y bajo supervisión de un adulto. Además, se cerrarían stands especializados para este efecto. Me pueden llamar de todo, pero esta aprobación es irracional por donde se la mire, pues no se puede dejar en manos de menores de edad armas de fuego que, como es sabido, podrían provocar accidentes que desencadenarían en tragedias.
Un menor de edad, principalmente de esta generación, que apenas puede sostener un libro o un lápiz para escribir bien su nombre y apellido, ahora tiene vía libre para disparar. Un adolescente que aún no está cognitivamente bien desarrollado y que no tiene control total sobre todas sus facultades psicosociales, resulta que ahora puede portar un arma de fuego y aprender a disparar en un campo de tiro.
Me pregunto, ¿a qué clase de menores de edad va dirigida esta ley? ¿A la clase más privilegiada cuyos padres, quizás, están muy ocupados y no saben cómo entretener a sus hijos, y la mejor idea es darles armas para pasar el tiempo? Además, este es un deporte caro: las armas cuestan un ojo de la cara, las municiones ni vale la pena mencionarlas, y practicar en los lugares de tiro es inaccesible para muchos, esto es solo para pocos.
¿Qué pasa con la clase menos privilegiada, la que debe vender baratijas en los semáforos para poder sobrevivir? O peor, aquellos que no tienen acceso a una educación de calidad ni a otras necesidades básicas.
Quizás esté equivocado, pero estos congresistas insisten en presentar leyes impopulares y, en este caso, una ley peligrosa que podría terminar en tragedias en los hogares paraguayos. ¿Quiénes se benefician de esta ley? ¿Quiénes correrán desesperadamente para que los jovencitos se conviertan en gatillo fácil? ¿Hay algún lobby del sector de armas para que esto se legisle? Hay tantas preguntas que entiendo que nunca serán respondidas, pues hoy en día la prensa ya no puede preguntar lo que le interesa a la ciudadanía, sino solo lo que interesa a los políticos, y que no atente contra sus propios intereses.
Se espera ahora que los diputados sean más racionales que sus pares senadores y manden este proyecto al congelador o lo rechacen, ya que traerá luto a muchas familias paraguayas. Desde mi perspectiva, esto no debe ser tratado ni debatido, sino automáticamente rechazado y archivado.