Fue interesante la intervención del presidente Peña ante la 80ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), ya que, en líneas generales, abordó lo que sucede en los gobiernos donde la libertad de prensa está amenazada, perseguida o enfrenta intentos de ser acallada.
En este contexto, es esencial que las palabras no se las lleve el viento. Como gobernante de Paraguay y conocedor de la realidad de las libertades ganadas hace 34 años, tras una dictadura que apagó ideas, vidas y, fundamentalmente, la libertad de expresión, Peña tiene la responsabilidad de defender esos logros. Es sabido que dicha dictadura mantuvo al país oprimido durante tres décadas.
Según Peña, la prensa actual aún está atada a la lógica de la dictadura, donde solo había resistencia hacia un sistema no democrático. Sin embargo, en los tiempos modernos, y particularmente en Paraguay, ya no se vive bajo una dictadura, y el país está lejos de un gobierno autoritario, según sus palabras. Es fundamental, al menos, intentar comprender el alcance de esta declaración, ya que desde el inicio de su gobierno ha sido evidente que el mandatario ha hecho poco para desprenderse de las influencias externas que aparentemente le dictan el rumbo a seguir.
A pesar de las señales visibles o las manifestaciones que sugieren un panorama distinto, su gobierno es bastante peculiar, ya que existe un «comando nacional» que se reúne periódicamente para orientar las decisiones gubernamentales. Este comando no es más que un grupo que ostenta el verdadero poder y lo articula a su conveniencia.
Las consecuencias de este tipo de gobierno, que algunos analistas políticos califican como «bicéfalo», incluyen la aprobación de leyes que no estarían alineadas con los principios democráticos. En este sentido, considero que Peña está algo alejado de la realidad al afirmar que el país está lejos de un gobierno autoritario. Ya hemos sido testigos de las consecuencias de leyes mal formuladas, y recientemente ha surgido el temor de una ley que podría silenciar nuevamente a la prensa.
Quisiera creerle cuando afirma de manera enfática su compromiso con la libertad de prensa, pero, lamentablemente, discrepo de sus expresiones. En estos últimos tiempos, ha hecho poco o nada para defender a la prensa, mientras legisladores como kabichu’í pochy, entre otros, insisten en legislar para intentar acallarla.
La prensa es la única vía de escape y desahogo para una población que no sabe a dónde acudir con sus quejas, pues sus representantes están ocupados en otras cosas, como celebrar cumpleaños, disfrutar de viajes en aviones de lujo tanto dentro como fuera del país, y aprovechar beneficios que solo se obtienen por levantar la mano en el Congreso.
Sin embargo, le doy tiempo para ver si cumple lo que ha prometido; de lo contrario, todo quedará en una anécdota más, y será solo otro ejemplo de las promesas vacías y engaños a los que ya estamos acostumbrados.
Por otro lado, Peña sugiere que la prensa debe narrar los hechos con objetividad, lo cual no es erróneo, ya que ese es el objetivo de la prensa: contar la verdad. Pero, ¿qué verdad? ¿La verdad del gobierno actual o la que realmente está ocurriendo? Esa es la cuestión.
A modo de ejemplo, una «verdad objetiva» del gobierno es que varios referentes de su entorno político, involucrados en supuestos hechos ilícitos, son protegidos por el mismo grupo político que lo llevó a la presidencia. ¿Es esa la verdad que no debe ser contada y que no es objetiva? ¿Que un congresista imputado siga legislando cómodamente desde su escaño, o que otro, imputadoi por irregularidades en la obtención de su título de abogado, continúe representando al pueblo, no es ser objetivo?
Entonces, esa «objetividad» de la que habla el presidente, ¿a qué se refiere realmente? ¿A los hechos verificados con evidencia científica o a los hechos distorsionados que son difundidos por una red de bots o trolls, instalando una percepción falsa en el colectivo popular?
La verdad absoluta y objetiva no existe, ya que depende de muchos factores para determinar si realmente corresponde a la realidad. Las percepciones de cada individuo son subjetivas y relativas, de acuerdo con su entendimiento y experiencia. Todo es relativo hasta cierto punto, pero si una masa de individuos descontentos, hambrientos y sin posibilidades de progresar dice lo mismo, esa relatividad desaparece y se convierte en una verdad que no está muy lejos de la anhelada objetividad.
Se espera que la prensa se ajuste a la objetividad y realmente narre lo que está sucediendo, sin maquillar la verdad con fantasías que solo en el mundo de Pinocho son realizables, quien, por cierto, tiene un corazón de fantasía, no de melón.