Ya los promeseros se alistan para rendir un noble homenaje a la Virgencita del país. Algunos van a cumplir sus promesas, y lo hacen de mil maneras: desde rodillas hasta en carretas tiradas por bueyes. Según ciertas tradiciones históricas y religiosas, se dice que cada país tiene un ángel o un santo protector designado por Dios. En el caso de Paraguay, ese protector podría ser la Virgencita de Caacupé, o en su defecto, San Blas, patrono del país. Sin embargo, esto no tiene una certeza canónica, aunque está profundamente arraigado en el sentir popular y religioso del paraguayo.
En este contexto, se puede dimensionar la gran fe que tiene el pueblo paraguayo hacia sus santos y figuras espirituales, en quienes depositan sus esperanzas, alegrías, frustraciones y otros sentimientos que marcan sus vidas en este mundo terrenal. Sobre esta fe y religiosidad, podríamos escribir miles de páginas. Tal vez podríamos coincidir con la tesis de Freud, quien argumentaba que la religión es una «enfermedad psicológica» que aliena al individuo, además de ser una ilusión vinculada al complejo de Edipo y Electra. Sin embargo, no quiero profundizar en esto porque los críticos podrían condenarme como hereje y blasfemo, así que lo dejo aquí.
Como se suele decir en este microclima digital: en Paraguay mueren todas las teorías. Paraguay tiene sus propias reglas, normas y leyes. Entonces, lo que hayan dicho Freud, Feuerbach o Karl Marx sobre la religión le importa poco a un paraguayo de pura cepa, alimentado con mandioca y cocido negro. Lo que realmente le importa son sus creencias, su cultura, sus santos, sus fantasmas, su piki vóley, su ñoño, su caña, su tereré y su mate, entre otras cosas. Por estas razones evidentes, el paraguayo siente como un deber peregrinar hasta Caacupé para cumplir su promesa, recibir la bendición de Dios y así llenarse de energías para continuar enfrentando la vida, especialmente en este país donde las cosas no funcionan bien desde hace décadas.
Mientras el pueblo sufre los estragos de las malas decisiones políticas, el presidente de la República, en días tan significativos para los paraguayos, según las noticias, decidiría “mandarse mudar”, como decimos en yopará: «ombuvúta kamisa lomo“ para cumplir compromisos internacionales que, algunos de ellos, no impactan directamente al país. Como es costumbre, argumentan que su ausencia busca “atraer inversores”, una narrativa recurrente del Ejecutivo cuando alista maletas y se va, especialmente en momentos de tensión social o críticas hacia su gobierno.
Si efectivamente el presidente decide ausentarse en plena celebración de Caacupé, esto será un fuerte golpe para un pueblo que solo encuentra alivio en su fe y devoción a la Virgencita. En medio de las dificultades diarias, las injusticias, las carencias en salud, transporte y educación, este pueblo resistente y valiente siente cada vez más el abandono de sus líderes, que parecen estar al servicio de sus propios intereses y los de sus allegados.
¿Cuándo llegará el día en que el presidente gobierne con energía propia y esté verdaderamente del lado de los más necesitados? ¿Cuándo entenderán que este pueblo clama por justicia, equidad, seguridad y bienestar? Estas preguntas resuenan con cansancio entre los paraguayos, hartos de líderes que no ofrecen soluciones reales a los problemas más básicos.
Ojalá este artículo pueda ser leído por el presidente „más capaz“, que reflexione y se atreva a romper el paradigma de que en Paraguay “las teorías se mueren”.
Señor presidente, quédese más en el país y apoye a su pueblo. Fin del bucle.