Definitivamente, el espectro político de Paraguay está totalmente denigrado. Como se dice comúnmente, «toda la carne está en el asador», y esto se refleja en la efervescencia generada por las victorias de la selección paraguaya. Una selección que, aunque no es la mejor ni la peor, al menos demuestra esfuerzo al «mojar la camiseta» para justificar sus salarios. Porque esa es la realidad: los jugadores no juegan gratis, y mucho menos el cuerpo técnico, que presumiblemente se está llevando una buena cantidad de dinero por los servicios que presta.
Sin embargo, lo que parece marcar la diferencia es la motivación: saber llegar a los jugadores con palabras inspiradoras, al estilo de Paulo Coelho u otros charlatanes que se hacen famosos por frases célebres.
Es inadmisible que toda una nación deposite su esperanza en un resultado positivo de una selección para dar la impresión de que todo marcha bien, o peor aún, que el sistema político funciona. Las demostraciones de afecto, cariño y paternalismo, especialmente provenientes del gobierno y del Congreso hacia la figura temporal del director técnico, son un síntoma del debilitamiento crónico del sistema político. Este sistema arrastra a toda una nación hacia una catástrofe de identidad, orfandad y falta de soluciones efectivas para los problemas reales que aquejan al país.
Resulta insólito que el Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) recurra a las palabras motivadoras de un entrenador de fútbol como herramienta para inspirar a maestros, supervisores y otros profesionales de la educación. Los docentes no necesitan discursos dulces de un técnico deportivo. Lo que necesitan son: infraestructura, capacitación, mejores salarios, un trato digno y una malla curricular que forme ciudadanos valiosos para el país. Parecería el último recurso desesperado llamar a alguien, hasta hace poco completamente desconocido, para aconsejar a maestros que son expertos en sus áreas y conocen de primera mano los problemas del sistema educativo.
Es hora de dejar la mendicidad y la autoflagelación de la incapacidad para liderar el desarrollo de la nación. Lo que debería hacer este entrenador —o cualquiera con cierta influencia— es señalar a los políticos involucrados en corrupción, exigir que dejen de robar, y que los fondos estatales se destinen a salud, educación y seguridad. Esto, en consecuencia, generaría ciudadanos capacitados, y tal vez una nueva selección de jugadores que realmente representen a la nación con orgullo genuino. No podemos depender de una persona, en este caso un entrenador, para inculcar lo mínimo de amor propio y compromiso con el país.
En líneas generales, es alentador saber que la selección está avanzando, y ojalá logre clasificarse para el mundial. Ver a Paraguay en una competencia de ese nivel sería un logro. Sin embargo, aún falta mucho para consolidar esa clasificación. Es imperativo dejar atrás el exceso de adulación, la charlatanería y el autoflagelo de considerarnos menos que otras naciones que no están ni mejor ni peor que Paraguay, al menos en su constelación política.