El Centro Histórico de Asunción reclama: ¡Basta de historias!

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Por Mabel Causarano

Hace un par de días tomé examen a estudiantes de Arquitectura, que debían presentar como trabajo final un cortometraje sobre Asunción. La consigna: inspirarse en películas cuya protagonista sea una ciudad. Tuvieron seis largometrajes de referencia, en los cuales Roma, Nueva York, Ciudad de México, París, Barcelona y Rio de Janeiro son escenarios, personajes e intérpretes de la trama.

Todos los cortos presentados (creativos, por cierto) se desarrollaron en el Centro histórico capitalino. Lo sorprendente es que ninguno de los autores reside en él, tampoco lo visita habitualmente ni conoce “la crónica de su muerte anunciada”, escrita en coautoría por los sucesivos gobiernos nacionales y municipales, desde fines de la década de 1970.  

¿Por qué lo eligieron? Los jóvenes estudiantes, de unos 22 años en promedio, además viven ajenos a las condiciones actuales y a la saga que, matizada por aisladas iniciativas de recuperación, lo llevaron a su avanzada degradación.

Es probable que tampoco cuestionen el patrón cultural dominante en la institucionalidad pública, que exige la interrupción de los proyectos y planes cuando hay cambio de gobierno o de gestión. La discontinuidad es un mandato político y cultural. Es lo esperable, porque la prosecución de un proyecto, un programa, una política pública equivale a reconocer créditos a quien/es los impulsaron. Algo inadmisible cuando somos tributarios del “eterno retorno” nietzscheano. Estamos convencidos de que todos los acontecimientos, todas las situaciones presentes y futuras se irán repitiendo sin solución de continuidad, de aquí a la eternidad. Volvemos a empezar una y otra vez, incluyendo el reiterado tropiezo con la misma piedra.

¿Ser o no ser?

Aún no encontré respuesta a esta dicotomía: el arraigado nacionalismo, siempre pronto a exaltar a los héroes y tradiciones, reivindicar las memorias de padecimientos, luchas y logros, de enfrentamientos y reconciliaciones, que contrasta tajantemente con la indiferencia hacia la progresiva destrucción de los testimonios materiales de nuestra historia, memorias y tradiciones. Los vamos perdiendo por desidia, negligencia o intereses particulares, bajo el amparo de la impunidad.

El Centro Histórico de Asunción (CHA) es el caso más evidente. Asistimos indiferentes a la dilatada agonía del área fundacional de nuestra nación y de nuestra república, al deterioro del que fue el principal espacio público de la ciudad y el país. Y que lo sigue siendo para los festejos y las convocatorias ciudadanas más significativas de nuestra historia contemporánea.    

Desde fines de 1970, el CHA fue abandonado como lugar de residencia,  cuando se potenció su función comercial, financiera y administrativa, con la construcción de torres de oficinas y sedes bancarias. Tuvo que enfrentar los efectos de la deslocalización de las sedes del Poder Judicial, el Banco Central, la Municipalidad y otros concurridos nodos, que generaron las llamadas “nuevas centralidades”, en torno a las cuales se densificaron las zonas residenciales, el sector terciario y se intensificó la movilidad metropolitana.

Hubo varios intentos de recuperarlo. Es de inicios de 1990  el Plan para la Revitalización del CHA y su integración a la Bahía de Asunción, impulsado por la cooperación española, en el marco de la conmemoración de los 500 años de la conquista. Recordemos que, en las dos últimas décadas del siglo pasado fueron recuperados centros históricos en franco deterioro, como los de La Habana, Quito, Lima, Olinda, Cartagena y otros, con el apoyo de organizaciones bi y multilaterales. Pero no fue posible recuperar el CHA, salvo el salvataje y la re-funcionalización de la Manzana de Rivera, amenazada de demolición durante el régimen estronista. 

La serie de iniciativas públicas frustradas tuvo como la más ambiciosa al Plan Maestro del Centro Histórico de Asunción (PlanCHA, 2014), resultado de un concurso internacional de ideas, ejecutado parcialmente de 2015 a 2016 e interrumpido en los primeros meses de 2017.

En la actualidad, recorrer el CHA en horas hábiles es encontrarse con cuadras cuyos locales comerciales están cerrados, algunos en alquiler, otros en venta. Arterias que décadas atrás vibraban de vitalidad, con su diversidad de ofertas para asuncenos y visitantes,  están hoy ciegas y mudas, sin que los nacionalistas custodios de la ortodoxia histórica se inmuten ante la pérdida irreparable de los referentes más preciados de las transformaciones políticas, sociales, económicas, culturales y ambientales de nuestro tránsito de la Colonia a la vida republicana.

¿Es ese nacionalismo mera retórica oportunista o evidencia la incapacidad de relacionar lo intangible (historia, memorias, leyendas, costumbres, tradiciones) con la expresión material que conserva en todo o en parte datos sobre su gestación y ofrece pistas para identificar qué del relato hegemónico está avalado por los testimonios materiales? ¿Sostienen o refutan los postulados asumidos y declarados sobre nuestro pasado? ¿O se trata de temor a la interpelación que los sitios de memoria plantean a las certezas maniqueístas?

¿Indignación selectiva?

Es probable que el nacionalismo extremo y el culto a la personalidad, vigentes en nuestro sistema educativo y en el discurso oficial, no necesite referentes materiales, porque sus mensajes apelan a la creencia y a la fe. Sin embargo, hasta para las manifestaciones fidelistas son necesarios los lugares de culto, como lo vimos cuando, a inicios de setiembre de 2020, durante la pandemia, un grupo de manifestantes traspasó la valla perimetral del Panteón de los Héroes, pintó consignas en sus paredes y prendió fuego a la bandera paraguaya que adorna su entrada.

Inmediatamente, ciudadanos autoconvocados repudiaron el acto e hicieron una manifestación de desagravio al patrimonio histórico y cultural nacional.

Cabe la pregunta: ¿Por qué estos conciudadanos no reaccionan ante la conversión de edificios patrimoniales en playas de estacionamiento o en estación de servicio? ¿Se trata de indignación selectiva?

Si la indiferencia e inoperancia institucional son el marco dentro del cual se van borrando los testimonios tangibles de nuestra historia urbana, el CHA nos da una señal genuina de resistencia: su permanencia en la memoria de jóvenes que lo recuperan y valoran cuando se trata de imaginar y crear relatos urbanos. Ninguno de ellos tuvo como protagonista al Eje corporativo, a un barrio cerrado ni a los centros comerciales.

*Mabel Causarano: experta en urbanismo.

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