Estamos asistiendo a la exaltación de los valores tradicionales de la nación paraguaya y la glorificación de los mismos por las autoridades nacionales. Se está poniendo de moda arengar sobre el concepto de familia tradicional. Sobre ello, la constitución nacional establece:
DE LA PROTECCIÓN A LA FAMILIA
Artículo 50 – La familia es el fundamento de la sociedad. Se promoverá y se garantizará su protección integral. Esta incluye a la unión estable del hombre y de la mujer, a los hijos y a la comunidad que se constituya con cualquiera de sus progenitores y sus descendientes.
En referencia al concepto de familia tradicional, debemos agregar que, en Paraguay, han existido diversos modelos de familias desde siempre, y con posterioridad a la Guerra de la Triple Alianza, la familia paraguaya en mayor número ha sido constituida sobre la responsabilidad única de la mujer con ausencia del hombre en todo sentido.
Debemos destacar que los valores tradicionales son pilares culturales que a menudo definen la identidad y el comportamiento de una sociedad. En Paraguay, una nación arraigada en una rica historia mestiza y una cultura profundamente influenciada por sus raíces indígenas y españolas, estos valores tradicionales han perdurado a través de generaciones. Sin embargo, es esencial cuestionar si estos valores, que a veces se presentan como un legado sagrado, son realmente beneficiosos en la sociedad contemporánea o si pueden estar actuando como barreras para el progreso y la igualdad de oportunidades.
Uno de los valores tradicionales más destacados en Paraguay es el arraigo a las estructuras familiares extensas y jerárquicas. Si bien la cercanía familiar puede fomentar un sentido de comunidad y apoyo mutuo, también puede limitar la autonomía individual y perpetuar roles de género rígidos. Las expectativas sociales arraigadas en roles tradicionales de género pueden relegar a las mujeres a funciones domésticas y restringir su acceso a oportunidades educativas y profesionales.
Otro valor tradicional paraguayo es el respeto a la autoridad y la deferencia hacia los mayores. Esto puede ser un aspecto positivo en términos de mantener el orden y el respeto dentro de la sociedad, pero también puede alimentar una cultura de sumisión y conformismo, especialmente en contextos donde las decisiones autoritarias prevalecen sobre el diálogo y la participación democrática.
En ese sentido, hoy vemos que son las mujeres quienes trabajan, educan, alimentan y sostienen a sus hijos e hijas en solitario; con ello se contradice «el modelo tradicional de hombre y mujer como fundamento de la familia paraguaya». Valores tradicionales de respeto, responsabilidad, solidaridad y crianza compartida han quedado en desuso y sin vigencia.
Otros valores tradicionales, como la honestidad, la probidad, la solvencia y la formación académica, están totalmente fuera de moda. Actualmente, presentar el currículo vitae para acceder a un puesto de trabajo significa competir con los «nepobabies», hijos e hijas de familias tradicionales, a quienes no les interesa el estudio ni la formación académica, sino escalar posiciones económicas de la mano de sus padres tradicionales impulsados por la tradición del clientelismo político de sus progenitores.
La corrupción, la impunidad y la ilegalidad han suplantado a los valores tradicionales de honradez, integridad, responsabilidad y legalidad.
Entonces, nos preguntamos: ¿Dónde quedaron nuestros valores tradicionales? ¿Dónde está la familia tradicional paraguaya?
Entendemos que nos urge actualizar conceptos, dado que el mundo evoluciona y los cambios son constantes y dinámicos. Las familias paraguayas actualmente son diversas y no podemos excluirlas de la comunidad porque no se adecuan al tipo de familia consagrada en la Constitución Nacional. En ese sentido, nos urge promulgar una ley contra la discriminación, que proteja a toda la ciudadanía paraguaya, adecuándose a los tratados y convenios internacionales de derechos humanos ratificados por nuestro país.
Todos los modelos familiares tienen derecho a recibir educación, salud y vivienda digna por parte del Estado.
Finalmente, creo que la auténtica soberanía de una nación democrática reside en garantizar a todos los ciudadanos y ciudadanas los derechos humanos fundamentales que procuren y mejoren su bienestar y calidad de vida sin exclusiones ni excluidos.
- Contacto: @mariateresabae9
*Abogada, ex Defensora Adjunta en lo Penal del Ministerio de la Defensa Pública