Informalidad es el nombre amigable usado para las actividades al margen de la ley, que adquieren numerosas formas y afectan a toda la estructura social, no sólo a la economía y a las arcas estatales, golpeadas por la evasión de los tributos.
“El adjetivo informal se emplea normalmente para calificar a aquella persona o situación que no guarda las formas debidas o simplemente no las respeta (…). Lo informal se relaciona con lo irregular (no sujeto a convenciones), y a veces se lo vincula a lo ilícito o delictivo, debido, principalmente, a la delgada línea que separa la informalidad de la ilegalidad”.[1]
Es un complejo fenómeno cultural, de carácter multidimensional, que asume distintas expresiones. Diversas causas lo originan y retroalimentan. Por tanto, las políticas tendientes a regularizar la informalidad requieren enfoques interdisciplinarios y estrategias ad hoc, como las que han aplicado varios países latinoamericanos, entre ellos, Perú y México.
En el nuestro, el porcentaje de ocupación informal (2021) superó el 70%, sumados el sector agropecuario (6%) y el no agropecuario (64,2%).
“El sector informal representó un promedio del 20,5% del PIB total, alcanzando un valor de 45,2 billones de guaraníes en el año 2020. Utilizando el tipo de cambio de guaraníes a dólares promedio de dicho año, el valor equivale a 6,6 mil millones de dólares. (….) Para el año 2020 se debe mencionar que este es 24,2% más de todo el valor agregado que generó la industria y más del doble de lo que generaron los sectores de agricultura y ganadería juntos.”, se lee en el Informe ECONOMIA INFORMAL EN PARAGUAY. Hoja de ruta de propuestas de políticas públicas para la formalización de la Economía Informal.[2] (las negritas son mías).
Expresiones de informalidad
La manifestación más reconocible y extendida afecta al comercio. Neptalí Carpio distingue tres tipos de comerciantes informales: los que se dedican al comercio de subsistencia como recurso de supervivencia, practicado por personas en situación de pobreza, con bajo nivel educativo y escasas competencias para acceder al empleo formal. Un segundo tipo lo representa el comercio informal de rentabilidad y de lucro sobre el uso de la vía pública, sin pagar impuestos, tasas, expedir recibos ni facturas, que suele resistirse a la formalización. El tercer tipo está ligado a las actividades ilícitas y mafias, que están en expansión e influyen fuertemente en el uso de los espacios públicos.[3]
Supongo que pocos dudan de que nuestras ciudades albergan a los tres tipos ni que, a los citados, se suman los comercios que, aun estando habilitados para funcionar, incumplen los derechos laborales de sus empleados, venden artículos de contrabando y no respetan las normas de seguridad. Los incendios en los mercados municipales capitalinos y en locales privados del Área metropolitana de Asunción (depósito textil, en Ñemby, fábrica de ropas, en San Lorenzo, los más recientes), testimonian estas graves irregularidades.
Lo formal y lo informal made in Paraguay
Entre nuestras singularidades culturales resalta el trastocamiento del significado de muchas palabras. Decimos “seguramente” para significar “tal vez”.
“El vocablo ´formal´ en el Paraguay, personifica al ciudadano más informal que existe sobre la faz de la tierra. (…). La prudencia es la cualidad que menos le adorna”, escribió el recordado Caio Scavone, en su columna de opinión en abc Color.[4]
Al caracterizar como “formal” a su opuesto, una deducción simplista nos permitiría identificar uno de los motivos por los cuales la informalidad no solo es bien vista, ampliamente practicada y hasta estimulada, sino es reconocida como derecho adquirido por los tomadores de decisión. Por tanto, va más allá de las prácticas comerciales e industriales; abarca a las organizaciones sociales, políticas y los niveles institucionales; está consolidada como una expresión cultural que permea transversalmente al Estado y la sociedad.
La informalidad es la norma
Convivimos con la informalidad y practicamos varias de sus modalidades: estacionar en las veredas, ocuparlas para vender comida y bebidas, exhibir prendas de vestir, muebles y electrodomésticos, colocar carteles y pasacalles sin permiso, pagar a los cuidacoches o aceptar que nos impidan estacionar porque reservan el espacio público para sus clientes, normalizar la instalación de asentamientos humanos en las zonas inundables, convivir con las reiteradas violaciones a las normativa urbana por la propia municipalidad y el cambio de estas para favorecer intereses particulares.
La informalidad también se adueñó de la educación superior. En el área de salud, 179 carreras universitarias no estarían acreditadas por la ANEAES, el 85,6% de los médicos brasileños recibidos en el Paraguay reprobaron el examen de revalidación de sus títulos, el MEC detectó 1.100 títulos adulterados de institutos de formación docente que no están reconocidos, práctica que, según las autoridades ministeriales, “es una realidad”.
Dos de los actuales representantes del Senado ante el JEM no demuestran la validez de sus títulos ni que hayan cursado la carrera de Derecho. La sospecha sobre el Sen. Rivas, ex presidente de dicho órgano, se despertó tras el intento fallido de leer un texto en voz alta. “No sabe leer ni unir un sujeto con un predicado”, sentenció la Sen. Kattya González. Pocos se extrañaron de que esta particular condición fuera detectada recién en el ejercicio de la presidencia del JEM.
Disminuyen las exigencias académicas en varias universidades con carreras acreditadas, lo cual se traduce en las dificultades de expresión escrita y verbal de estudiantes que cursan los últimos años. En varias instituciones privadas de enseñanza el estudiante equivale al cliente. Por tanto, este último “siempre tiene la razón”.
En la economía del conocimiento, despreciamos y depreciamos el aprendizaje y la docencia.
Además del infortunio, también la informalidad se enamoró del Paraguay.
`*Correo electrónico: mabelcausarano@gmail.com