Apenas asumido Trump, el resistido embajador de los EE. UU. en Paraguay, Marc Ostfield, fue reemplazado. Esto trajo alivio a los detractores de dicho diplomático, no tanto por sus posturas diplomáticas, sino más que nada por su orientación sexual. Aclaro que esta es solo mi perspectiva.
En este contexto de confusión, el presidente Peña y algunos legisladores se adjudican este cambio repentino. Sin embargo, la realidad es que, desde hace un tiempo, ese diplomático ya había anunciado que su misión estaba cumplida y esperaba una nueva designación. Lo que en círculos diplomáticos y en la diplomacia mundial se sabe es que, cuando concluye la misión de un embajador, este es reemplazado por otro. Esto ocurre en cualquier país, incluido Paraguay. Cabe recordar que Paraguay no ha tenido embajador en algunos países durante varios años, siendo representado únicamente por un jefe de asuntos económicos u otra figura similar.
Por lo tanto, bajo estas realidades —y no narrativas inventadas—, es esencial que el gobierno actual pise tierra y se reconcilie con la verdad en el contexto de la historia moderna del país. No es correcto arrogarse logros que no corresponden a la realidad. Esta confusión ya ha sido visibilizada a nivel “mundo mundial”, como dicen algunos influencers, durante la reciente visita del presidente a los EE. UU. Algunos aún creen que se coló y no fue invitado, pero bueno, dejo eso a los responsables de aclarar la nebulosa.
«Paraguay es un país amigo y aliado de los EE. UU.» hasta el cansancio repite el actual gobierno, pero su presidente fue ninguneado durante la asunción de Trump y se vio obligado a seguir la ceremonia por televisión. Esta narrativa no se aleja de la realidad histórica y actual de las relaciones entre Paraguay y los EE. UU. A lo largo de su existencia como nación, Paraguay siempre ha estado bajo las directrices, misiones y ayudas impuestas por los EE. UU., un país que, al estornudar, resfría a todos los países, al menos en Latinoamérica. Excepto, quizás, Argentina, que ahora se codea con Trump. Vaya uno a saber con qué intenciones; ojalá para mejor y no para peor.
Lo que algunos políticos oficialistas no entienden es que el embajador es solo un vocero de su gobierno. No tiene la mínima posibilidad de actuar de forma autónoma, aunque puede tener estrategias personales bajo la autorización de sus superiores. De la misma manera, así como algunos analistas políticos insisten en que Peña debe desprenderse de su «tutor», también la prensa debe imperiosamente liberarse de las fuerzas externas que presionan para manipular la información. Es lamentable notar que algunos medios considerados formadores de opinión se inclinan hacia un bando político que responde a fuertes intereses económicos y, con la parafernalia que implica la fuerza de los medios, instalan mentiras disfrazadas de verdades.
En síntesis, vendrán varios embajadores, y Paraguay siempre estará supeditado a las líneas que indique el nuevo imperio: Tío Sam.
Si Paraguay no se hace respetar y no trabaja para fortalecer su soberanía, seguirá bajo el manto oscuro de la alienación ideológica, política y económica de naciones extranjeras.