ASUNCIÓN Y NUEVA ASUNCIÓN: ARCHIPIÉLAGOS DE BARRIOS CERRADOS

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Al igual que otras urbes, hasta pocas décadas atrás, Asunción era una ciudad formada por barrios. Estos, más que una división administrativa o parroquial eran el lugar de vida de diversas comunidades, características por sus relaciones vecinales y expresiones culturales. Tenían un paisaje identificable, configurado por el tipo predominante de las viviendas y por sus hitos referenciales, generalmente, la iglesia, un club social o deportivo, un colegio u otro equipamiento urbano distintivo.

Un mosaico barrial

Sajonia, Las Mercedes, Ciudad Nueva, Trinidad, la Encarnación, los barrios Obrero y Palestina remitían a grupos que, de manera espontánea o programada, se fueron afincando en función a afinidades culturales, sociales, económicas, dotándolos de rasgos homogéneos (países o lugares de proveniencia, idioma, gastronomía) que, sin embargo, no excluían en su seno una diversidad de residentes.

El caso más ejemplificador, a mi modo de ver, fue el Centro (hoy Centro Histórico), en donde vivíamos descendientes de españoles, italianos, alemanes, sirios, libaneses, armenios; profesábamos la religión católica, protestante, judía o ninguna; pertenecíamos a sectores de ingresos medio-bajos, medio-altos y altos, si bien la clase media fuera numéricamente la predominante.

Desde la segunda mitad de la década de los 70, se debilitó la estructura vecinal en barrios tradicionales como Sajonia/San Antonio/Carlos A. López y el Centro, con la instalación del Palacio de Justicia y la construcción de las torres de oficinas, respectivamente. Los residentes se trasladaron a las áreas menos densificadas de la propia capital (Itá Enramada, Los Laureles, Santo Domingo, Ykua Satĩ, Las Lomas, entre otros) y a los municipios limítrofes.   Las viviendas se transformaron en oficinas, comercios y estacionamientos de automóviles; se instaló la venta informal en el entorno barrial y en la calles y plazas del Centro.

Desde los 90 aparecieron los centros comerciales que polarizaron las actividades en su entorno (hoteles, locales gastronómicos, oficinas y otros) e impactaron la estructura de los barrios en vías de consolidación, generaron las “nuevas centralidades” y se instalaron los primeros barrios cerrados, cuya expansión se daría en las décadas siguientes, en paralelo con el aumento de los edificios que engrosan la “burbuja inmobiliaria”.

Qué son y por qué se construyen los barrios cerrados

Los barrios cerrados son proyectos inmobiliarios de alta rentabilidad, conformados por áreas residenciales rodeadas por barreras físicas, vigiladas las 24 horas para impedir el acceso de los no residentes. La intención es proveer seguridad, evitando el ingreso de personas no autorizadas. En general, se ubican en proximidad de las vías de rápida circulación.

Su origen se atribuye a la demanda de protección contra la violencia y la inseguridad. Sus consecuencias más visibles son la segregación urbana y la fragmentación del tejido social.

Se trata de ambientes bastante homogéneos, dirigidos a sectores de ingresos medio – altos y altos, que buscan relacionarse con personas del mismo estrato socioeconómico y evitar la cercanía a las comunidades en situación de pobreza. Un efecto inmediato es el incremento del valor del suelo y de las propiedades de la zona y la dinamización de la actividad comercial en el entorno, con la instalación de grandes equipamientos comerciales y de entretenimiento.   

Esta modalidad de privatización del espacio urbano, presente en numerosas ciudades, impulsó la modificación de las regulaciones normativas. El uso de las calles, plazas y parques está vedado a quienes no son propietarios, inquilinos o no están autorizados; los servicios de seguridad, aseo, recolección de los residuos sólidos (y otros, según el caso) están en manos privadas y las ordenanzas municipales ceden el paso a las reglamentaciones condominales.

Una de las paradojas de los barrios cerrados es que promueven la desregulación por parte del Estado y a la vez impulsan la hiper regulación interna. “Las reglas no sólo se refieren al diseño de las viviendas y al entorno, sino también al comportamiento individual y social esperado dentro del barrio.”[1]

Presente y futuros urbanos: la ciudad fragmentada en islas

En la última década, por la rentabilidad en dólares, Asunción es una de las capitales de América Latina que, con sus torres y barrios cerrados, tuvo el mayor crecimiento para el mercado inmobiliario. Los inversores argentinos tienen al país en la mira.   

Con la construcción del puente Héroes del Chaco se le sumó Nueva Asunción como objeto de deseo. En el flamante municipio y actual “Meca” de la inversión inmobiliaria se establecerán barrios cerrados que aspiran a convertirse, como promete una publicidad, en “una ciudad pueblo”, para un target premium local, inversores argentinos y uruguayos.

Creada en noviembre de 2021, Nueva Asunción debuta en su función de “zona liberada”, sujeta a los intereses inmobiliarios, mientras su municipalidad desconoce el Art. 168 de la Constitución Nacional, que le asigna “la libre gestión en materias de su competencia, particularmente en las de

urbanismo (…)”. 

Uno de ellos es un “Nordelta” guaraní, un country club de un total de 1400 hectáreas, en donde se instalarán “al menos cuatro barrios cerrados, un centro comercial, oficinas comerciales, un polo educativo, una cancha de golf, una caballeriza, un servicio de zona franca y una zona industrial.” Su instalación demandará, en su primera etapa, U$S 100 millones. El 50% de los lotes estaría vendido.[2]

Otro emprendimiento ofrecerá – según sus promotores – el mayor barrio cerrado del país, de unas 1.600 ha, con un campo de golf de nivel internacional, una laguna con playa, 800 ha de parques, una pista de aterrizaje de 2 km, diversas amenities y másofertas de alta gama socioeconómica.

Estos proyectos construyen lujosas islas en un mar de desigualdades.  Son “autónomos y autárquicos” porque no resultan de un plan de desarrollo urbano ni surgen de una visión territorial endógena.

Ante la vacancia municipal, depende del MUVH, a través del Viceministerio de Urbanismo, regular esta avanzada especulativa en un área de alta fragilidad ambiental.

Correo electrónico: mabelcausarano@gmail.com

Al igual que otras urbes, hasta pocas décadas atrás, Asunción era una ciudad formada por barrios. Estos, más que una división administrativa o parroquial eran el lugar de vida de diversas comunidades, características por sus relaciones vecinales y expresiones culturales. Tenían un paisaje identificable, configurado por el tipo predominante de las viviendas y por sus hitos referenciales, generalmente, la iglesia, un club social o deportivo, un colegio u otro equipamiento urbano distintivo.

Un mosaico barrial

Sajonia, Las Mercedes, Ciudad Nueva, Trinidad, la Encarnación, los barrios Obrero y Palestina remitían a grupos que, de manera espontánea o programada, se fueron afincando en función a afinidades culturales, sociales, económicas, dotándolos de rasgos homogéneos (países o lugares de proveniencia, idioma, gastronomía) que, sin embargo, no excluían en su seno una diversidad de residentes.

El caso más ejemplificador, a mi modo de ver, fue el Centro (hoy Centro Histórico), en donde vivíamos descendientes de españoles, italianos, alemanes, sirios, libaneses, armenios; profesábamos la religión católica, protestante, judía o ninguna; pertenecíamos a sectores de ingresos medio-bajos, medio-altos y altos, si bien la clase media fuera numéricamente la predominante.

Desde la segunda mitad de la década de los 70, se debilitó la estructura vecinal en barrios tradicionales como Sajonia/San Antonio/Carlos A. López y el Centro, con la instalación del Palacio de Justicia y la construcción de las torres de oficinas, respectivamente. Los residentes se trasladaron a las áreas menos densificadas de la propia capital (Itá Enramada, Los Laureles, Santo Domingo, Ykua Satĩ, Las Lomas, entre otros) y a los municipios limítrofes.   Las viviendas se transformaron en oficinas, comercios y estacionamientos de automóviles; se instaló la venta informal en el entorno barrial y en la calles y plazas del Centro.

Desde los 90 aparecieron los centros comerciales que polarizaron las actividades en su entorno (hoteles, locales gastronómicos, oficinas y otros) e impactaron la estructura de los barrios en vías de consolidación, generaron las “nuevas centralidades” y se instalaron los primeros barrios cerrados, cuya expansión se daría en las décadas siguientes, en paralelo con el aumento de los edificios que engrosan la “burbuja inmobiliaria”.

Qué son y por qué se construyen los barrios cerrados

Los barrios cerrados son proyectos inmobiliarios de alta rentabilidad, conformados por áreas residenciales rodeadas por barreras físicas, vigiladas las 24 horas para impedir el acceso de los no residentes. La intención es proveer seguridad, evitando el ingreso de personas no autorizadas. En general, se ubican en proximidad de las vías de rápida circulación.

Su origen se atribuye a la demanda de protección contra la violencia y la inseguridad. Sus consecuencias más visibles son la segregación urbana y la fragmentación del tejido social.

Se trata de ambientes bastante homogéneos, dirigidos a sectores de ingresos medio – altos y altos, que buscan relacionarse con personas del mismo estrato socioeconómico y evitar la cercanía a las comunidades en situación de pobreza. Un efecto inmediato es el incremento del valor del suelo y de las propiedades de la zona y la dinamización de la actividad comercial en el entorno, con la instalación de grandes equipamientos comerciales y de entretenimiento.   

Esta modalidad de privatización del espacio urbano, presente en numerosas ciudades, impulsó la modificación de las regulaciones normativas. El uso de las calles, plazas y parques está vedado a quienes no son propietarios, inquilinos o no están autorizados; los servicios de seguridad, aseo, recolección de los residuos sólidos (y otros, según el caso) están en manos privadas y las ordenanzas municipales ceden el paso a las reglamentaciones condominales.

Una de las paradojas de los barrios cerrados es que promueven la desregulación por parte del Estado y a la vez impulsan la hiper regulación interna. “Las reglas no sólo se refieren al diseño de las viviendas y al entorno, sino también al comportamiento individual y social esperado dentro del barrio.”[1]

Presente y futuros urbanos: la ciudad fragmentada en islas

En la última década, por la rentabilidad en dólares, Asunción es una de las capitales de América Latina que, con sus torres y barrios cerrados, tuvo el mayor crecimiento para el mercado inmobiliario. Los inversores argentinos tienen al país en la mira.   

Con la construcción del puente Héroes del Chaco se le sumó Nueva Asunción como objeto de deseo. En el flamante municipio y actual “Meca” de la inversión inmobiliaria se establecerán barrios cerrados que aspiran a convertirse, como promete una publicidad, en “una ciudad pueblo”, para un target premium local, inversores argentinos y uruguayos.

Creada en noviembre de 2021, Nueva Asunción debuta en su función de “zona liberada”, sujeta a los intereses inmobiliarios, mientras su municipalidad desconoce el Art. 168 de la Constitución Nacional, que le asigna “la libre gestión en materias de su competencia, particularmente en las de

urbanismo (…)”. 

Uno de ellos es un “Nordelta” guaraní, un country club de un total de 1400 hectáreas, en donde se instalarán “al menos cuatro barrios cerrados, un centro comercial, oficinas comerciales, un polo educativo, una cancha de golf, una caballeriza, un servicio de zona franca y una zona industrial.” Su instalación demandará, en su primera etapa, U$S 100 millones. El 50% de los lotes estaría vendido.[2]

Otro emprendimiento ofrecerá – según sus promotores – el mayor barrio cerrado del país, de unas 1.600 ha, con un campo de golf de nivel internacional, una laguna con playa, 800 ha de parques, una pista de aterrizaje de 2 km, diversas amenities y másofertas de alta gama socioeconómica.

Estos proyectos construyen lujosas islas en un mar de desigualdades.  Son “autónomos y autárquicos” porque no resultan de un plan de desarrollo urbano ni surgen de una visión territorial endógena.

Ante la vacancia municipal, depende del MUVH, a través del Viceministerio de Urbanismo, regular esta avanzada especulativa en un área de alta fragilidad ambiental.

Correo electrónico: mabelcausarano@gmail.com

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