Es más que interesante el tema actual de Venezuela en el panorama político, pues actualmente está afectando a toda Latinoamérica, que en términos generales no puede levantarse por sí sola. Esto es una pena, teniendo en cuenta que, como bloque, Latinoamérica podría ser una potencia mundial, algo que hasta el día de hoy no se ha logrado. Siempre ha estado en la sombra de las potencias mundiales, ya sea del norte o de Europa.
Aún resuenan las palabras de Chávez, quien en su momento evitó enfrentamientos bélicos debido a una candente situación con los EE.UU., una situación que no llegó a concretarse y quedó en la nada. Recordemos también cómo el rey de España le pidió a Chávez que se callara por su actitud bravucona y maleducada. Esa misma línea de primitivismo se ha enquistado en el pueblo venezolano desde la llegada del chavismo al poder en ese hermoso país con una vasta riqueza natural, como el petróleo, que contiene la mayor reserva mundial de este recurso fósil.
El primitivismo se consolidó y la sombra de Chávez persiste con Maduro, quien, en sus declaraciones, llegó a afirmar que hablaba con Chávez a través de un pajarillo. Este tipo de anécdotas resultan difíciles de tomarlas en serio, pero han marcado profundamente el devenir político de Venezuela. Es difícil entender cómo un pueblo que alguna vez tuvo la mejor democracia de Latinoamérica ha llegado a un nivel tan degradante como para elegir a una persona con escasa preparación intelectual, que se ha mantenido en el poder durante varios años alentando violaciones a los derechos humanos.
Maduro está aferrado al poder una vez más, despojando a los venezolanos del don más preciado: la libertad, y por sobre todas las cosas, el ejercicio pleno de la democracia. Se sabe que no ganó las últimas elecciones presidenciales y que el pueblo eligió a una nueva figura, reconocida por muchos países democráticos como el verdadero vencedor. Sin embargo, el régimen sigue atado al poder, alimentando la desesperanza en un país que pide a gritos un cambio.
En un contexto más amplio, el fenómeno social de Latinoamérica muestra que sigue apostando por líderes que, bajo un disfraz mesiánico, engañan al pueblo. ¿Será algún sustrato precolonial que aún subyace en los latinoamericanos? ¿O será la herencia de los caudillos españoles, quienes llegaron al continente como la única forma de poder seguro? Es difícil de saber, pero lo cierto es que los latinoamericanos, a lo largo de la historia, hemos demostrado una tendencia hacia el masoquismo político, apoyando dictadores, caudillos, narcotraficantes, pastores, y otras figuras que han dejado profundas cicatrices en nuestros países.
Estas experiencias deberían ser lecciones para todos los latinoamericanos. Desde México hasta Tierra del Fuego, es imperativo que el continente despierte y deje de estar bajo el yugo de los «más poderosos», los «más democráticos» o los «más intelectuales». Parece que el síndrome de infantilismo que afecta a nuestra región aún no ha sido superado.
Para ilustrar este síndrome, recuerdo una anécdota personal: al llegar a Europa, una funcionaria, tras el protocolo de presentación, me mostró cómo usar una fotocopiadora. En lugar de explicarle que en Paraguay también contamos con alta tecnología, preferí seguir sus instrucciones para no generar controversia. Fuera de Latinoamérica, somos vistos como niños en pañales, siempre necesitando de un tutor para las cosas más básicas.
En el caso particular de Venezuela, nuevamente se recurre a «Tío Sam» para intentar resolver la situación y darle una salida a Maduro, apodado «Maburro» por su precaria preparación académica. Ojalá que Latinoamérica deje de apostar por líderes incapaces. Este deseo también lo extiendo a nuestro querido país, Paraguay